A pesar de que se estableció en 1930, no se empezó a aplicar hasta1934. Así que King Kong, una película de terror y ternura estrenada en 1933, consiguió escapar de las directrices del llamado Código Hays, un amasijo de reglas restrictivas redactadas por un republicano, William H. Hays, obsesionado en embutir las producciones cinematográficas —que todo el mundo veía entonces— dentro de los límites de la moral y la decencia más puritanas. Eso permitió que la relación entre la gigantesca bestia primitiva, el Rey Kong, y la bella protagonista femenina de quien acababa enamorándose exhale un grado de voluptuosidad soprendente incluso en la actualidad. No había relación más «impura» posible. Algunos incluso pensaron que se trataba de una alegoría del amor interracial en un momento en el que la gente de color vivía en condiciones de apartheid. El caso, sin embargo, es que aunque el Código Hays estipulaba que el amor impuro nunca podía ser atractivo o hermoso —en clara referencia a las relaciones interraciales— es evidente que uno de los grandes atractivos de la película es, precisamente, la ternura y sensualidad con las que el gran animal salvaje trata a su querida humana civilizada. Sólo por eso vale la pena ver una película, en todos lo sentidos, excepcional. Tan excepcional que en 1991 la Librería del Congreso norteamericano la consideró «culturalmente, históricamente y estéticamente significativa» y la seleccionó para su preservación en el National Film Registry.
hasta completar aforo. Las entradas comenzarán a repartirse en el Punto de Información del museo desde una hora antes (18h)