Millares estuvo desde temprano vinculado a Valencia, impulsando uno de los más significativos actos previos a “El Paso”, la exposición en el Ateneo Mercantil-Instituto Iberoamericano de Valencia, Arte Abstracto Español. I Salón Nacional de Arte No Figurativo (1956).    Esa proximidad incluyó su amistad con Manolo Gil y el grupo “Parpalló” y, en especial, Vicente Aguilera Cerni.

La indagación sígnica que Millares aborda mediados los cincuenta en las llamadas pictografías, se sintetiza luego, adquiriendo su obra características de un collage de materias diversas, principalmente pequeñas maderas, tejidos y elementos de origen mineral (teselas, restos cerámicos y pigmentos de aspecto arenoso).   El soporte es un lugar de acontecimientos mas semejare puesto en cuestión, lo que pareciere su negación a través de la composición de una retícula de fenómenos diversos.  En tanto, el suceso principal es la dialéctica entre la pintura y la posibilidad de su “no”, es decir, ese pintar sin pintura mediante la revelación de un elemento mostrado en su puridad.  

Mas, ahora silencio, bulle un soplete, el punzón próximo y habrá sucedido pues, eso.   Entonces, la arpillera deja de ser un material a adherir en el conjunto tomando protagonismo y se horada el plano de la pintura, fin de la ficción de la pintura, pues aparecen los agujeros y, con ellos, nuevas definiciones de las pinturas que ahora serán poéticamente tituladas, como si el propio Millares entonara su asombro por el suceso: “Composiciones con dimensión perdida” y “Composiciones con texturas armónicas”.  Como un Mondrian de la sarga.  Tal un Millares Descalzo, ejercerá Millares de un cierto ready made con la arpillera, un material fabricado por la industria y que, por tanto, podría calificarse de cultural como harían los minimalistas.

Artista tejedor, utilizando el hilo como una forma de escritura, constructor-destructor, un saludo al proceso invocado por Duchamp o Jasper Johns, y ejercientes declarados del hago-rehago-y-vuelvo-a-hacer, como decía Louise Bourgeois.  Buscar, indagar e ir más allá, era el signo de los tiempos, eso que Millares llamó «la búsqueda de la dimensión perdida» y «esos hoyos infinitos de misterio», en una actitud inquieta, deseosa de investigar en otros ámbitos más allá de la mera pintura, una zozobra por estar en la pintura y alejarse veloz de ella, lo cual le llevará a preguntarse qué extraño suceso estaba sucediendo cuando las arpilleras —parecieren phasmas— descendieran del plano visual de la pintura hacia la instalación en el suelo, serán los mencionados “artefactos”. 

Todo el proyecto ha sido posible gracias a la generosidad de la Familia Millares y al cuidado de la Fundación Antonio Pérez en estrecha colaboración con el MuVIM.

ALFONSO DE LA TORRE

COMISARIO DE LA EXPOSICIÓN