Por una parte, estamos recibiendo un sinnúmero de mensajes apocalípticos en las redes sociales o en los últimos filmes donde, por diversas causas —todas ligadas al cambio climático y a nuestra falta de respeto con el medio ambiente—, el fin de la naturaleza acontece. Ya sea por holocausto nuclear, por grandes seísmos, por terremotos, por exterminio de la vegetación y de las especies o por nuevos virus, la humanidad ha de reinventarse, renacer o sucumbir. Por otra parte, la realidad informativa solo nos confirma nuestros peores temores; y la naturaleza, caprichosa e incontrolable. Ahora que nuestra tecnología nos hace más independientes que nunca de ella, nada podemos hacer para controlarla.
Carlos Errando es un artista minucioso y dedicado que trabaja el gran formato como si de un miniaturista medieval se tratara. Utiliza solo sus propias fotografías; sus obras son una suma de tomas diferentes sobre el mismo objeto, edificio o paisaje, que ajusta de modo manual como un artesano fotógrafo, controlando la luz, la perspectiva, la uniformidad y el encaje. La cantidad de información que cada obra finalizada posee, la convierte en una fotografía de altísima resolución, imposible de conseguir con un fotomontaje simple.
El artista nos muestra en sus trabajos una València futura posible, o tal vez no, que va a depender de muchos factores: de nuestro comportamiento frente al medio ambiente, del comportamiento de nuestros gobiernos y de la toma de decisiones y soluciones a escala global frente a la crisis climática.
No esperemos un manifiesto político ecologista, no es su trabajo; el artista, en su capacidad de crear belleza, nos propone diferentes obras para nuestra admiración y reflexión. Sus composiciones son bellas en sí mismas: pequeñas metáforas visuales donde un futuro imperfecto puede materializarse. Pero también recrea escenarios inversos donde la ciudad invade la naturaleza: así, imagina la puerta del palacio del Marqués de Dos Aguas como los hipogeos de las tumbas reales persas de Naqsh-e Rostam, o realiza pequeños homenajes o guiños apilando coches destruidos y prensados, a la manera de John Chamberlain, tapiando los escaparates de un comercio.
Estas metáforas o parábolas serán verdad o mentira, pero qué importa. Como indica Joan Fontcuberta: “lo que ocurre en la práctica es que la verdad se ha vuelto una categoría escasamente operativa; de alguna manera no podemos sino mentir. El viejo debate entre lo verdadero y lo falso ha sido sustituido por otro entre mentir bien y mentir mal” y, en este caso, Carlos Errando miente muy bien.
Amador Griñó.