Dos son los rasgos más privativos del cine de Berlanga. Uno de ellos tiene que ver con el sistema narrativo empleado en sus películas, caracterizado por una coralitat en que los protagonistas hablan sin escucharse unos a otros y actúan en beneficio propio y detrimento de los demás. La otra característica no es sino el correlato formal de esa estrategia narratoria: el plano-secuencia es el único recurso técnico que permite conjugar cinematográficamente esa babel de personajes que, con el desorden de sus diálogos enrevesados, tanto contribuyen a ordenar la historia.
Posiblemente sea Plàcido la película que mejor ilustra ambos rasgos tan idiosincráticamente berlanguianos. Estamos ante una de las obras mayores del cineasta valenciano y la primera en la cual colaboró Rafael Azcona, que contribuyó a estructurar un guion que en manos del ácrata Berlanga siempre corría el peligro de la dispersión. Pero sobre todo es una obra mayor porque los dos consiguieron elevarse por encima de la anédocta que sirve de leitmotiv a la historia —aquella famosa campaña del «Siente un pobre a su mesa»— para convertirse en una reflexión atemporal y trascendente sobre las trampas de la falsa caridad y la omnipresencia del fariseísmo. Tan típicos, pero no exclusivos, del franquismo.
Entrada gratuita, pero aforo muy limitado por la pandemia
Es Nochebuena en una pequeña ciudad de provincias española y «Ollas Cocinex» patrocina una subasta —a la que acuden artistas de Madrid— para invitar a cenar a un pobre en casa de cada familia de ricos, siguiendo las recomendaciones de la campaña oficial «Siente un pobre a su mesa», que era el título inicial de la película. Mientras tanto, Plácido tiene otros problemas: contratado para que recorra la ciudad con una estrella navideña puesta sobre su recién estrenado motocarro, le urge abonar la primera letra del modesto vehículo antes de la puesta de sol o, si no, lo perderá.
La película tuvo una gran repercusión internacional, llegando a estar nominada al Óscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, que se llevó finalmente Ingmar Bergman con Såsom i en spegel (Como en un espejo). Plácido tuvo que sortear numerosos problemas con la censura franquista del momento, que no veía con buenos ojos la acerba crítica a la falsa caridad con la que el régimen pretendía paliar las desigualdades sociales y económicas de la población.