Este «film intencionado y agudo, pleno de ingenioses hallazgos» —como decía una de las promociones publicitarias de Bienvenido, Mister Marshall— se ha convertido en uno de los clásicos del cine español por antonomasia, pero también en una de las películas más idiosincrásicas de su director, porque ilustra a la perfección las características principales de su cine, a pesar de ser una de sus primeras obras. Y es que una de las virtudes cardinales del cine berlanguiano es su capacidad para abordar temas de especial envergadura existencial o política de una manera aparentemente desenfadada, jovial e incruenta. Esto lo emparenta con cineastas de talla internacional a quien Berlanga conocía y admiraba, como Billy Wilder, Ernst Lubitsch o Jacques Tati.
«Berlanga no puede disimular su afán por retratar la sociedad española en cada una de sus películas», decía el crítico cinematográfico Diego Galán. Y Bienvenido, Mister Marshall es la prueba fehaciente de ello. En este film, Berlanga, Bardem y Miguel Mihura se atrevieron a hacer lo que nadie se había atrevido a hacer hasta entonces: mostrar, con una considerable dosis de cáustica ironía, las miserias de la sociedad española del momento. Unas miserias que todavía resultaban mayores comparadas con las aspiraciones y los sueños de los protagonistas, que confiaban a ojos ciegos en aquel elemento externo y providencial, el americano, que resolvería todos sus problemas. Tal como, de hecho, le pasó al régimen franquista.
Entrada gratuita, pero aforo muy limitado por la pandemia
Un pequeño pueblo castellano, Villar del Río, se prepara para recibir la visita de diplomáticos estadounidenses que supuestamente repartirán obsequios y donativos entre los empobrecidos habitantes de la aldea. La localidad se engalana para la ocasión transformándose en el epítome de la supuesta esencia española: un pueblo andaluz, con tonadillera incluida. Espoleados por el alcalde, todo el mundo prepara la lista de sus deseos y sueña con esa ayuda providencial que resolverá todos sus problemas.