Con la publicación de su Sistema (1785) y su Teoría de la Tierra (1788), el naturalista y químico escocés James Hutton puso de relieve el papel fundamental que jugaba el factor tiempo en geología: la Tierra se habría formado lentamente a lo largo de extensos períodos de tiempo a partir de las mismas fuerzas físicas que hoy siguen rigiendo los fenómenos geológicos. Fuerzas entre las que destaca la erosión, un agente de cambio especialmente perezoso pero pertinaz. La hipótesis concitó enérgicas protestas porque acababa con la peregrina idea, basada en supuestos cálculos bíblicos, de que nuestro planeta apenas tenía unos cuantos miles de años de antigüedad. Pero la idea tenía otras derivadas no menos inquietantes: sugería que todo estaba sujeto a una degradación tan paulatina como imperceptible, que nada permanece inalterable. Ese gran escultor, llamó Marguerite Yourcenar al tiempo.
Si eso era cierto en el mundo inorgánico de rocas y minerales, también lo sería en el de los seres vivos y, especialmente, en asuntos tan humanos como el amor. Esta película de Sidney Pollack es un ejemplar análisis de los efectos que el tiempo produce en una relación sentimental, la que inopinadamente nace entre la políticamente comprometida Katie Morosky y el carismático pero individualista Hubbell Gardiner. Ella quiere cambiar el mundo y él sobre todo disfrutar de él. Y a pesar de esas diferencias de carácter tan aparentemente irreconciliables, se casan y hasta esperan una hija. Pero el tiempo —las circunstancias históricas que les toca vivir— es implacable y pondrá en evidencia que, muchas veces, el amor no es suficiente para que dos personas puedan estar —o seguir— juntas.
(The Way We Were) Sidney Pollack, EE.UU., 1973 VOSE, 118’, +18
Lunes 9 de julio a las 22h
Acceso libre y gratuito
Terraza y jardín del MuVIM
La película tiene en realidad tres protagonistas: Barbra Streisand, Robert Redford y la tumultuosa historia de los Estados Unidos de los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Uno de sus alicientes es, precisamente, que permite no sólo conocer los avatares de una época tan políticamente convulsa, sino entender hasta qué punto afectaron a las vidas privadas de mucha gente. Eso es especialmente palmario en la «caza de brujas» que desató en Hollywood el senador McCarthy a través de las investigaciones del llamado Comité de Actividades Antiamericanas. Una serie de interrogatorios que, lejos de respetar las formalidades legales que garantizan todo juicio justo, sólo pretendían señalar y estigmatizar —en el clima enrarecido de la Guerra Fría— a cualquier sospechoso de simpatía comunista.
El cartel originario de la película lo anunciaba en grandes titulares («¡Streisand y Redford juntos!») y, efectivamente, ese es uno de los grandes reclamos de la cinta.
El film obtuvo un gran éxito de crítica y público, convirtiéndose en una película de culto. De hecho, ha quedado como referente cinematográfico de los amores imposibles. Esos que, como dice el adagio, son los únicos que duran para siempre.