«El argumento de Plácido es solo mío, mientras que El verdugo ya es de los dos», dijo Berlanga hablando de su colaboración con Azcona. Una colaboración que explica que el argumento de El verdugo sea un mecanismo prácticamente perfecto que hace de la pellícula un clásico imperecedero de la historia del cine, no solo de la cinematografía hispana. Es muy conocida la airada carta de protesta que escribió el embajador español a Roma, Alfredo Sánchez Bella, cuando la película se presentó en el Festival de Venecia, en el que estuvo nominada al León de Oro, ganando finalmente el premio Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI). Y es muy sabido también que la película es una denuncia de la inhumanidad de la pena capital que tuvo un gran eco internacional entre otras cosas porque la acción se situaba en la España franquista.
Pero hay también otra lectura, menos política y más existencial, que el propio Berlanga defendía: «en la superficie —decía— El verdugo es un film contra la pena de muerte, pero en el estrato más profundo es un film sobre el compromiso, sobre la facilidad con la cual el hombre pierde su libre albedrío». El sueño de José Luis es ir a Alemania a estudiar mecánica. Un sueño que acaba sacrificando en el altar de la realidad y sus miserias cotidianas. Y esta historia sobre las pequeñas derrotas cotidianas que caracterizan nuestra vida —cualquier vida— confiere a la historia un vuelo podríamos decir que filosófico que trasciende los condicionantes espacio-temporales de la historia concreta para reflexionar sobre el hecho aciago de que todos acabamos viviendo una vida, como diría Heidegger, «inauténtica»
Entrada gratuita, pero aforo limitado por la pandemia
José Luis trabaja en una funeraria, pero sueña con ir a Alemania a convertirse en mecánico. Un día, pero, conoce a Amadeo, el verdugo que ha ajusticiado al preso de cuyo cadáver se encarga su empresa. Gracias a eso conoce a Carmen, la hija del verdugo, con quien establece relaciones íntimas que son descubiertas por Amadeo, que exige una compensación honorable, lo que obliga a José Luis a casarse con la hija del verdugo, que se ha quedado embarazada.
A Amadeo, el Patronato de la Vivienda le ha concedido un piso, atendiendo a su condición de funcionario. Pero lo perderá porque está a punto de jubilarse. Por eso Amadeo intenta persuadir a su yerno para que se haga cargo de su plaza de verdugo y así no pierda la vivienda. José Luis, forzado por la necesidad de sostener económicamente a su nueva familia, acepta la propuesta, con el convencimiento —del todo equivocado— de que nunca se verá en la tesitura de ejecutar a nadie.