«El río invisible» reinscribe una historia que comienza al quedar finalizadas las obras en Valencia del conocido Plan Sur (1965-1973). A raíz de las inundaciones sufridas por la ciudad, el gobierno franquista decide acometer un plan hidrológico que desvíe el cauce del río Turia en su tramo final, de modo que se evitara el paso por el núcleo urbano. Ese desplazamiento urbanístico supondría al mismo tiempo un desplazamiento de la experiencia social del espacio. Para empezar, produciría un deslizamiento lingüístico que sigue vivo: la gente llamaría “el río” a una acogedora zona ajardinada por donde el río ya no pasa. Es decir: el significante “río” acogería así como significado su propia ausencia, a la vez que el agua en curso fluvial atravesaría espacios socialmente periféricos, deshabitados. No obstante, para Llop, el carácter des-habitado del espacio se convierte en una oportunidad para re-habitarlo, para re-abrir la mirada, el foco, y atravesarlo como por primera vez, como las aves cruzan el cielo.
El acercamiento al río se concibe aquí como una afirmación de lo que ha quedado fuera de la ciudad, de su imagen canónica o turística, invisibilizado por las jerarquías del poder simbólico establecido.
La experiencia colectiva se resarce así de su abandono también colectivo. Las fotografías de Llop atraviesan la intemperie de su propia humildad, de su precariedad a la hora de presentarse como un marco de vida, o quizá como una forma de necesidad: hacen emerger su condición expectante, se quedan en el aire. Gracias a la irrupción de esa intemperie consiguen señalar un espacio y un tiempo que no serían comprensibles de otra forma.
En relación con el espacio, una vez más, se diría que el espacio (en su diálogo con la luz) es de hecho el entramado característico donde la práctica fotográfica “tiene lugar” como tal. En «El río invisible» lo real interviene entonces como límite perceptivo, como un punto suspensivo que deja al tiempo emanciparse de su subordinación a la lógica de los relojes, de los calendarios, y permite que por fin pase en el sentido de que algo pasa, algo sucede. Si aquí algo “tiene lugar” es precisamente porque el tiempo no ha sido fijado ni detenido sino que ha podido pasar, discurrir como imagen. El río nos trae ahora un conocimiento de la singularidad y de la mortalidad, de la memoria y del olvido, sin el cual igual no podríamos ni querríamos vivir.
Entrada general: 2€
Tarifa reducida: 1€ Fines de semana y festivos entrada gratuita