María y Susana pasan el verano en un campamento católico, como han hecho desde que eran niñas. Sin embargo ahora, ya adolescentes, están más interesadas en el reguetón y el electrolatino que en pláticas de monjas. Pero María empieza a tener extrañas y desasosegantes visiones en las que se le aparece un hombre mayor que, según todo parece indicar, es el mismo Dios. Un Dios que canta y baila. Aunque en una de las paredes del campamento una frase indica que «Felicidad empieza por fe», María se siente más desconcertada que feliz por lo que le está pasando, igual que lo está Susana con el comportamiento tan extraño de su amiga, que ya no tiene interés en escaparse de noche con ella para bailar, beber y conocer chicos. Y es que este Dios es un tanto especial: rehúye la liturgia habitual y prefiere comunicarse con canciones de Whitney Houston. 

Al fin y al cabo, como dicen las monjas, «Dios es amor» y esas canciones hablan, aunque sea desgarradoramente, precisamente de amor. Pero esas reiteradas apariciones llegadas del más allá no sólo acabarán cambiando la vida de María, sino también la de su amiga y hasta de las monjas que se ocupan de ellas. Porque, al final,  todo encajará en este alegato vitalista en favor del respeto a las muy distintas maneras en que la gente decide vivir sus relaciones. Tanto las más trascendentes y espirituales como las estrictamente mundanas y carnales.

Acceso libre, pero asientos limitados.