En sus proyectos demuestra siempre la pasión por la investigación, una capacidad titánica de trabajo y un poder creativo sobrecogedor, como así lo vemos en su obra «Involución».
Su expresionismo salpica todo tipo de emociones calificadas de conmovedoras
Es capaz de dotar a cada ser humano esculpido de múltiples formas y aspectos psicológicos, sin duda, fruto de profundas reflexiones a partir de individuos sociales.
Su obra nos puede recordar a algunos de los grandes maestros de la escultura del pasado, pero no es comparable porque ella se nutre de la identidad propia e inconfundible del expresionismo figurativo contemporáneo. Así, el público se sitúa frente a un trabajo evolutivo de corpus único, abriendo exploraciones narrativas de la sociedad actual. Sus esculturas nos acercan a la “masa uniforme” en que se define la humanidad a través de los mass media. Hay un vacío interior que inunda la sociedad entera y es de vital importancia reconocerlo como propio para poder empezar a evolucionar como seres humanos. Vivimos en capitales donde se nos puede reconocer a través de nuestro rostro, nuestro iris, nuestras huellas… ¿Pero acaso nos reconocemos a nosotros mismos? ¿Somos capaces de reconocer a nuestros semejantes? La profundidad del Yo emerge en formato expresionista dentro de un relato que quiere denunciar esa falta de empatía, esa soledad plena de cosas que al final deja al ser humano indefenso ante la debacle y los intereses económicos.
En esta exposición, una vez más, María Gómez combina las técnicas del pasado y los materiales actuales. Desde el más profundo conocimiento anatómico -pues no recurre a moldes o medios tecnológicos actuales, ni tampoco a recursos estilísticos de fácil factura- es capaz de figurar en 3D el temperamento humano. Sus esculturas elevan la materia inerte con la que son realizadas a la categoría de “materia viva”.
Su modelado formado en el “aire”, con volúmenes estudiados desde una elaboración imaginaria, unido al talento del conocimiento anatómico y al dominio de mezclas en diferentes técnicas artísticas, producen una nueva fórmula matérica
Esta magistral combinación hace que puedan adivinarse bajo la piel de las esculturas exhibidas músculos y tendones como si se tratara de hombres que quieren renacer al mundo. Todos ellos conforman, sin excepción, un relato expositivo de un mismo individuo que, cual crisálida, nace, se desarrolla y se transforma libremente en lo que decide ser: un ser social capaz de amarse y de amar.
Esta obra es un espejo de realidades. Un puente que la artista establece con el público que recepciona las esculturas con la intención de dialogar, de apelar al estado interno y a la empatía. La felicidad es indispensable para poder darle sentido a nuestra vida. El coctel que se necesita para que aparezca son el bienestar, la alegría y la reflexión. Sin conciencia no hay emoción o sentimiento que produzca el estado de felicidad.
Adaptación del texto original d’Ana Mafé García, Doctora en Història de l’Art
María Gómez estudió en la Escuela de Arte de Zaragoza, al tiempo que ejercía como dibujante publicitaria. Con posterioridad, se licenció en Bellas Artes por la Universitat Politècnica de València y obtuvo el título de Doctora por la Universitat de València. En su trayectoria profesional ha combinado tres vías de desarrollo de forma magistral: la restauración, la docencia y la creación artística.