Hay personas que contribuyen a mejorar la sociedad en la que han nacido con textos, ensayos, pinturas, esculturas y otras formas de la inventiva humana que consolidan un legado material, palpable, fácilmente reconocible. Si queremos conocer a la persona, rebuscaremos entre sus obras para hacernos una idea aproximada. Son nombres fáciles de recordar porque forman parte del canon y acaban conservados en la posteridad que aseguran las enciclopedias y los libros escolares.
Sociabilidad y afabilidad: dos constantes de la personalidad de Didín
Hay otras personas, sin embargo, que han dejado un legado tan o más importante, pero más difícil de reconocer. No ha escrito muchas obras de literatura, no han explicado sus ideas en ensayos resabiados y suculentos, no nos han enseñado a mirar el mundo de otro modo a través de sus obras de arte. Su legado es de otra especie, más etéreo si se quiere, pero no menos trascendente.
Didín nos prenda. Nos roba el corazón. Nos cautiva.
Didín Puig era una persona de este tipo. Una personalidad socrática, carismática, cuya sabiduría se transmitía de forma oral, siempre en un murmullo y en las distancias más cortas, sin dejar demasiada impronta sobre el papel, pero depositando un rastro imborrable en el corazón de la gente que tuvo la suerte de conocerla.
Didín en Lo Rat Penat (1954-1955)
Comprendemos lo que nos quiere decir un escritor, lo que nos explica un filósofo, lo que nos quiere sugerir un artista con su obra. Didín, en cambio, nos prenda. Nos roba el corazón. Nos cautiva.
Era sobre todo y por encima de todo una persona de acción. Una mujer en tiempos de oscuridad. Una activista, no solo política, sino también social, cultural, cívica e incluso vecinal: igual montaba un escenario para un conferenciante o un músico que ponía de acuerdo a todo un pueblo para ir a un acto, para el que buscaba la financiación necesaria, por supuesto; del mismo modo que removía cielo y tierra para que se publicara un libro, maniobraba para que una canción apareciera en la radio.
Didín era sobre todo y fundamentalmente una persona de acción
Pero todo lo hacía siempre entre bambalinas, en el territorio de lo umbroso, discretamente. Porque cuando llegaba la hora de los aplausos, de la pública notoriedad, Didín desaparecía entre bambalinas para buscar la tranquilidad de su casa, de su gato y de su vecindario de Benimodo. Llevaba muy mal cualquier tipo de homenaje o reconocimiento público. «¡Sí que está mal este país, si me dan a mí el premio!», exclamó cuando se enteró de que la Generalitat Valenciana le había concedido, en 2017, la Distinción al Mérito Cultural.
Carnet francés de estudiante de Periodismo
Pero las personas socráticas necesitan siempre un Platón que ponga por escrito y deje testimonio de su maestría, de su tanta sabiduría humana y profundamente humanista, de su entusiasmo vital, de la pasión por su lengua y por su cultura. Y por eso esta es una exposición completamente platónica, en todo el ambidiestro sentido de la palabra: una muestra de reconocimiento, pero también de respeto y admiración —de amor platónico— por una persona que enseñó la materia más difícil de aprender: el arte, y el gozo, de vivir. Porque Didín supo hacer de su vida una obra de arte.
