En octubre de 2016 el Prado acogió la muestra «El arte de Clara Peeters», la primera exposición que —en 200 años de existencia— la pinacoteca nacional dedicaba íntegramente a una mujer. Clara Peeters fue una de las pocas que, en la Europa del siglo XVII, pudo dedicarse profesionalmente a la pintura. Gozó de fama y reconocimiento en vida y supo darle la vuelta a las restricciones temáticas que se le impusieron en el desarrollo de su trayectoria: hizo que el bodegón —género hasta el momento menor y reservado al desahogue creativo amateur de las mujeres— pasara a formar parte de suntuosas colecciones, renovándolo formal e iconográficamente con un virtuoso estilo propio al compás de la moda flamenca.
Clara Peeters (1594-1657), Vanitas (posible autorretrato)
Nombres como el de Peeters, y los de Artemisia Gentileschi o Berthé Morisot, resuenan desde hace algunos años en los círculos de la academia y la crítica convencional gracias a las presiones ejercidas desde el activismo intelectual de los llamados estudios de género. Estos, más allá de la inclusión en los libro de texto de determinados nombres caídos en gracia —inclusión absolutamente necesaria— plantean, ya desde los 70, una reformulación estructural de la Historia del Arte y de la crítica como disciplinas activas, así como de la propia industria cultural, aún hoy excluyente y desigual pero sin duda con un futuro cercano y un presente en marcha esperanzador.
Si la huella de muchas artistas fue borrada con esmero fue, además de por la misoginia imperante del momento, por la implacable labor de siglos de androcentrismo historiográfico
Rescatadas hoy de la hoguera del olvido patriarcal, algunas de estas artistas, no saborearon las mieles del éxito como sus compañeros varones —Peeters y Gentileschi en parte sí lo hicieron—, pero sí se integraron en algunos casos en los circuitos alternativos y underground de la época contando con el beneplácito de muchos de sus colegas —Berthe no expuso con los rechazados, pero sí fue aceptada por el grupo impresionista y desarrolló con ellos su actividad. Si la huella de su trabajo fue borrada con esmero fue, más que por la misoginia imperante del momento (también por ella), por la implacable labor de siglos de androcentrismo historiográfico que no debiera quedar saldado con la celebración de selectivos –aunque sin duda merecidos- homenajes.
Artemisa Gentileschi (1593-1653). Autorretrato como alegoría de la pìntura.
Si Virginia Woolf levantara la cabeza, aun abrumada por las conquistas de sus compatriotas feministas, no podría dejar de denunciar que ese espacio que los grandes museos reservan a una reducida lista de mujeres —blancas y no demasiado polémicas— tiene poco de habitación propia y algo de peligroso conformismo hegemónico redentor e inmerecida displicencia con esas otras mujeres que, lástima, no valieron o no se esforzaron lo suficiente como para entrar, con pies de barro, en el masculino mundo del arte.
Hubo menos mujeres artistas, historiadoras, etc., porque durante siglos les fueron negados los dos ingredientes básicos de cualquier proyecto emancipatorio real: educación y tiempo
Vivian Maier —un documental sobre su vida y el hallazgo de su obra será el punto de partida de la próxima sesión de «Big Bang Dones. Feminismes en expansió»— podría haber sido una de esas otras mujeres si no se hubieran descubierto por azar cientos de sus fotografías en una subasta. Aunque ahora se la considera como una de las artistas más interesantes dentro de la corriente de la street photography, Maier nunca ejerció la fotografía de forma profesional. Quizá no le interesara. O quizá su profesión, la de niñera, los condicionantes históricos, el difícil acceso a una educación artística y a sus canales de promoción, la carga de la casa, la falta de apoyos… hicieran que desestimara la idea, o que no se lo llegara a plantear.
Berthé Morisot (1841-1895), Getting up
Hubo menos mujeres artistas, historiadoras, escritoras, filósofas y un largo etcétera, porque durante siglos les fueron negados —falta de libertad, falta de medios para pelearla— los dos ingredientes básicos de cualquier proyecto emancipatorio real: educación y tiempo, para el pensamiento y la práctica formada y para la propia regeneración.
La regeneración necesaria, que lleva años en fragua, pasará por mantener el compromiso con la construcción de una Historia del Arte feminista e inclusiva
Pero si el acceso educacional ya no es el problema y las aulas de Historia del Arte, Bellas Artes o Gestión Cultural las llenan una amplia mayoría de mujeres, habría que preguntarse entonces dónde está el triángulo cultural de las bermudas que hace que, en su trayecto a la profesionalización, estas mujeres continúen desapareciendo. O dónde está —y quién construye y apuntala— el dique de contención que, aún con sus fugas, hace que las supervivientes no alcancen los puestos de poder. O cómo deberían transformarse las instituciones y las políticas culturales para favorecer la creación de focos de producción cultural —alternativos primero, dominantes después— en los que la presencia femenina no sea milagro sino norma, y la celebración de sus aportaciones no se haga desde la excepcionalidad y benevolencia del hecho inclusivo o la supuesta singularidad del propio acto creador.
Habría que preguntarse, como hace María Bastarós en su proyecto Quién coño es? —Bastarós asistirá al debate de «Big Bang Dones» del miércoles 21 —dónde coño están las mujeres de la Historia del Arte y dónde y cómo están las de la vida cultural hoy. Porque lo cierto es que hay un ejército de musas disidentes que está produciendo y gestionando cultura y alimento intelectual —a veces en la sombra y a veces a contraluz— al que habría que prestar atención y espacio. Ellas, una suerte de Guerrilla Girls de la revolución tranquila y silenciosa, son ese futuro y presente en marcha esperanzador.
Hay un ejército de musas disidentes que está produciendo y gestionando cultura y alimento intelectual al que habría que prestar atención y espacio
La regeneración necesaria, que lleva años en fragua, pasará por mantener el compromiso con la construcción de una Historia del Arte feminista e inclusiva —ni elitista ni segregadora— comprometida con su propia revisión para el (re)descubrimiento de esos otros nombres y con la consideración de nuevas formas expresivas y nuevos modos de hacer.
Se pueden —se está haciendo aunque haya mucho por trabajar— sentar las bases de una historiografía con altura de vuelo, tan capaz y comprometida con el recuerdo como con el olvido voluntario de viejos patrones que relegaron a la mujer a mero objeto de representación o a brillante excepción —que confirma la regla— del añejo universo masculino cultural. Mientras, al que venga a con ecos del pasado, contando otras historias que no interesan ya, podemos responderle a lo Ana Elena Pena —que también participa en «Big Bang Dones» como ponente en su tercera sesión:
Ahora que rehíce mi vida y mi cuarto, saqué la basura y remendé mis piezas, me vienes con camelos y disculpas. ¿Sabes qué te digo, cariño? Que no me pises lo fregao.
Belén Iranzo | MuVIM