La muestra recoge imágenes de pintadas de diferentes zonas de la ciudad, desde la huerta a los poblados marítimos, aunque se privilegia Ciutat Vella, el nuevo centro político del autogobierno valenciano. En las fotografías se expone el mensaje reivindicativo de las pintadas, pero también el retrato urbanístico y social de una urbe degradada y decadente, donde casi cada pared o fachada alzaba la voz y hablaba, a veces con gritos desesperados, mordaces o incluso cáusticos.

El fotógrafo mira, y salva, lo que otros ojos ven con indiferencia, quizás un mero decorado, y capta el sentido artístico de los murales urbanos, considerados como actos de irreverencia hacía los convencionalismos de la época. Las imágenes, en blanco y negro, muestran una València fugaz e irónica. Así, El Flaco, armado con su cámara, se convierte también en un cronista de una València efímera y desaparecida, como su arte también efímero.

Progresivamente nos hemos ido quedando sin espacios donde escribir los mensajes (finalmente se ha impuesto lo restaurado y limpio, o lo alzado de nuevo, que exige borrar de inmediato, también de la memoria, las pintadas y los grafitis), y quizás, aún peor, sin lectores, ensimismados en sus pantallas digitales. Esta exposición interpela al visitante y sus instantáneas nos hacen viajar a una urbe, a pesar de los clichés, reivindicativa y atrevida, incluso maliciosa e irreverente.

El Flaco, así, nos obsequia con un legado complejo y a la vez fresco y satírico gracias a una apertura fotográfica y mental y a una capacidad de observación inteligente del mundo que le rodea.