Desde los años 80, Cuqui Guillén (València, 1967) viene desarrollando su carrera como artista de forma continua, ya sea en colectivo, junto a Cari (Carmen Roig) formando parte del equipo Límite, o de forma individual a lo largo de estas tres últimas décadas. Su trabajo conjura una serie de mitos primigenios inscritos en el arte moderno que, acelerados por el hiperconsumo de la mirada pop y la globalización en las postrimerías del s. XX, alteran los significados de los iconos originales. De esta manera, tres conceptos teóricos nos brindan la posibilidad de construir una lectura reflexionada e historicista en su obra y que, además, hilarán la trama de la exposición. Estos son: la contradicción performativa, la controversia y el camp.
Existe un ritmo en las escenas pintadas de Cuqui Guillén que ejerce su fuerza voluntariamente a contracorriente. Un montaje narrativo que forcejea entre las imágenes débiles y las poderosas para componer un ritmo propio. Jessica Morgan definió esta forma del relato sincopado bajo el concepto de “contradicción performativa”, siguiendo a Jünger Habermas. Así se explicaría cómo, al proferir ciertos enunciados, se está diciendo lo contrario de lo que podría expresarse. Aquí, los medios del pop se emplearían contradiciéndose como estrategia subversiva y feminista. De tal manera que las imágenes osarían a mostrarse de forma polémica, pues los discursos que podrían dirimirse de ellas entrarían en controversia. El empleo de la controversia como herramienta de reflexión y como respuesta a los conocimientos incuestionables de la modernidad, se impone haciendo incomodarse a quien creía prodigarse en discursos cerrados sobre cualquier cuestión de nuestra cultura y así desestabiliza las posturas unilaterales. Si atendemos a la expresión de la liberación de la mujer a través de la emancipación de su cuerpo, deseo y sexualidad, tema recurrente en el trabajo de nuestra artista, podemos comprobar cómo la controversia ha desatado en el seno del feminismo una serie de posturas ambivalentes que hacen zozobrar la lógica falocéntrica o falogocentrismo, es decir, la ratio de la hegemonía patriarcal. El recurso de este tipo de narrativa pictórica es un arma que contraviene la escoptofilia de la mirada falocrática. Así, esa idea de lo camp como exageración o afectación, tal como arguyera Susan Sontag, se convertiría en el acto de “seducir de determinado modo” o, como se determina en la obra de Guillén, haciendo subversiva una tentación.
En 1964, la crítica estadounidense definió el camp como “el ser-como-representación-de-un-papel”. Una exuberancia de la representación que promueve un alargamiento del sentido de esta. La sensibilidad camp pareció aproximar cuestiones, tendencias o posiciones aparentemente contrapuestas o contradictorias, pues cuando el ser es la representación exagerada de un papel, el estiramiento del ser es tal que puede deformarse hasta convertirse en su contrario. Así, el pop adquirió ciertos ademanes que jugaban con estereotipos, hacían comparecer extravagantemente seres antagónicos que se reconciliaban por la ciencia del pastiche o traían situaciones deseadas que despertaban lúbricamente la mente del consumidor de la masa. En el caso de Cuqui Guillén, podemos observar cómo este se reconoce, eso sí, desde una perspectiva feminista y una retórica de la complejidad que, como podrá desentramarse a través de la observación de sus obras, vertebrarán sus últimas producciones.
Su trabajo también ha sido reiteradamente distintivo de lo femenino e incluso de lo maternal y, sin embargo, su registro se nos ofrece desde el feminismo y desde el influjo matriarcal. Desde estos postulados detecta las dobleces de lo normativo y estira de ellas para colocarse en lugares incómodos donde instala la subversión a modo de joie de vivre. Una alegría de vivir que encarna el goce. En el goce de la vida, en el disfrute de la sexualidad, en la plenitud de la sensualidad y el autocuidado, en la dulzura de homenajear a sus antecesoras o en la ternura de mostrar a un niño comenzando a hablar, también, existe la lucha. El combate también es resistencia. Y no hay nada que contradiga a esas figuras de amazonas que conquistan su lugar en la caricia y la entrega. De hecho, podría decirse que el hilo conductor de toda la exposición es la joie de vivre conjurada con las mitologías de la posmodernidad, sus controversias e incoherencias en un mundo globalizado donde la tentación se articula bajo una estrategia feminista desde la práctica artística.
Por último, si atendemos a lo que pareciera un recorrido cronológico, como apuntábamos anteriormente, hemos elaborado un itinerario por tres de las series más importantes de la artista en su carrera individual, poniendo un mayor énfasis en las obras que viene desarrollando en estos últimos seis años. De esta última serie se mostrarán algunas piezas que verán por primera vez la luz, más allá del estudio de la artista, con motivo de su muestra en el MuVIM. Así, la exposición cuenta con más de una veintena de obras entre las que se encuentran pinturas de gran formato, medio formato y dibujos de las series Esperando en hoteles (2017-2022), Give me more (2013-2015) y El Pop de Mami (2008-2012).
Johanna Caplliure
Comisaria de la exposición