Sobre «Los jueves, milagro» (1957), de Luis García-Berlanga
Berlanga y la censura: Los jueves, milagro
Ramón Alfonso | Crítico cinematográfico
Berlanga vuelve a situar sus cámaras en otro pequeño pueblo olvidado de la península y anclado en el pasado, Fontecilla, y a observar con detenimiento a un grupo seleccionado de figuras idiosincráticas y sus movimientos. «Los jueves, milagro» se estructura en dos bloques bien diferenciados. El primero, dominado por la hilarante representación de las fuerzas vivas, funciona magníficamente al forzar los mecanismos humorísticos y de observación presentados antes para concretar una radiografía moral bien certera. El segundo, guiado sobre todo por el visitante, pierde fuelle malicioso hasta puntualizar el cuento de esperanza. No en balde, estamos ante el que probablemente sea el film más manipulado y maltratado por la censura de toda la producción del realizador.

Desde cierto punto de vista puede interpretarse el quinto largometraje de Luis García Berlanga como una prolongación de ¡Bienvenido, Mr. Marshall! En realidad, no parece demasiado descabellado tratar de organizar una suerte de trilogía sumando al conjunto Calabuch. Las tres obras, personalizando cierta escritura popular y neorrealista, proponen una acertada y emotiva radiografía de la olvidada España gris y rota de su tiempo, la España fracasada en blanco y negro de los olvidados que tratan de sobrevivir atados a las marcadas rutinas fantasmales y sobre todo a los sueños, a los sueños arrebatados. En el film de 1952 los vecinos de Villar del Río preparan la visita de los norteamericanos del Plan Marshall con la ilusión y la expectación propia de los críos en la noche de Reyes. Ante la promesa de la llegada de los salvadores del prospero extranjero los ajados rostros recuperan, al menos durante un instante, el inconfundible resplandor de la inocencia robada. Incluso algunos habitantes sueñan con la imagen de los magos de Oriente repartiendo sus presentes en una serie de láminas conmovedoras que por un instante logran borrar la sombría atmósfera dominante. En Los jueves, milagro sucede algo similar. Berlanga vuelve a situar sus cámaras en otro pequeño pueblo olvidado de la península y anclado en el pasado, Fontecilla, y a observar con detenimiento a un grupo seleccionado de figuras idiosincrásicas y sus movimientos. El plan de los diferentes protagonistas para devolver a la villa los antiguos esplendores y atraer de nuevo a los turistas pasa otra vez por la entrada y la gestión de la fantasía. 

En esta película la promesa de una utópica prosperidad renovada, capaz de resituar en el mapa el balneario hoy apolillado y proporcionar ingresos suficientes a los distintos negocios ruinosos, no pasa por la intervención, fortuita o no, de unos agentes de fuera, está por completa ligada al firmamento de lo extraordinario, de lo sobrenatural. La pandilla de amigos, estudiada con afecto y cierto cinismo por el cineasta, resuelve recrear, con jocosa torpeza, la aparición de San Dimas en la abandonada estación de trenes. Sin embargo, al contrario de lo que sucede en la película anterior, lo extraordinario finalmente se concreta y devuelve, de algún modo, la esperanza a un grupo de individuos heridos, arrinconando el temperamento costumbrista a fin de derivar y concretar una fábula fantasiosa, a la que no es ajena, desde luego, la forzada intervención de la propia figura sagrada, a quien encarna el norteamericano Richard Basehart, otro forastero que, en efecto, con sus ambiguos juegos de palabras y los trucos de ilusionismo concede un optimismo insólito y, claro, efímero a la filmografía del cineasta, al menos en apariencia. 

Berlanga vuelve a situar sus cámaras en otro pequeño pueblo olvidado de la península y anclado en el pasado

Los jueves, milagro se estructura en dos bloques bien diferenciados. El primero, dominado por la hilarante representación de las fuerzas vivas, funciona magníficamente al forzar los mecanismos humorísticos y de observación presentados antes para concretar una radiografía moral bien certera. El segundo, guiado sobre todo por el visitante, pierde fuelle malicioso hasta puntualizar el cuento de esperanza. No obstante, y asumiendo el desnivel que ocasiona en el armazón y el desarrollo global, este segundo acto no carece de aciertos, como la conjugación de los rostros de la ficción (por ejemplo el de un Basehart que, recordará el aficionado, viene de las imágenes de Huston pero también de Fellini) con los anónimos que prestan su físico a las diferentes figuras que recorren los cuadros, y asimismo la idea explorada, al menos en parte, de llegar a la realidad a través de la mentira, que en sí mismo supone una auténtica aproximación a parte del hecho del cine. No es el único punto, es verdad, que Berlanga utiliza para reflexionar sobre el oficio y su lenguaje. De algún modo, la concreción del texto sobre la fe posibilita la observación y comentario de la escritura ligada a cierto cine religioso de la época. Sin embargo, al contrario de lo que sucede en Esa pareja feliz en la que se cuestiona con virulencia el cine de cartón piedra del régimen evidenciando sus flaquezas, en Los jueves, milagro debe conformarse con apuntar o dejar pequeñas notas; y es que el resultado final de la película es la consecuencia de una lucha larga y perdida.

El film es probablemente el más manipulado y maltratado por la censura de toda la producción del realizador

En efecto, el film sobre Fontencilla es probablemente el más manipulado y maltratado por la censura de toda la producción del realizador. Así, el resultado apenas puede darnos una serie de pistas acerca del proyecto original soñado y preparado por Berlanga y sus colaboradores. La intervención de los agentes de la censura y de destacados miembros de la productora, afines al Opus, las constantes reescrituras del texto e incluso la filmación, a cargo de Jorge Grau, de nuevos planos, lesionan de gravedad una obra de la que a continuación necesariamente reniega en parte. Sí, Berlanga, al parecer, no considera completamente suya la película. No debe sorprender al espectador esta afirmación desesperanzada. Los jueves, milagro ciertamente es el resumen de una batalla. Las diferentes secuencias, desde cierto punto de vista, representan un escenario de guerra, y a medida que avanzan acentúan la idea de la anunciada derrota. Como sea, y aceptando sus desniveles y hasta las heridas, también las profundas, el largometraje, ante todo en el bloque inicial, es lo suficientemente valioso en el contexto en que surge. El temperamento, eso sí apenas insinuado, de coproducción con Italia, termina de conceder cierta singularidad general muy apreciable, por encima de todo, cuando enfrenta la escritura popular italiana con la española y trata de conformar una fusión natural y emocionante.

 

Ramón Alfonso | Crítico cinematográfico

 

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