La vaquilla es una película sobre lo absurdo de la guerra. Esta es la tesis por la que Berlanga optó muy explícitamente con el alegórico final en el que la vaquilla (España) muere en tierra de nadie devorada por los buitres mientras suena la música de La hija de Juan Simón diciendo «ella murió de pena (…) murió siendo buena». Lamentos parecidos, más sutiles quizás («está durando muchísimo la guerra», «vaya chapuza de guerra», «a ver si se acaba esto de una vez»), recorren la película de principio a fin. La idea de que con la Guerra Civil todo el mundo salió perdiendo, independientemente del bando en el que se luchó, era demasiado subversiva para ser aceptada por la censura franquista.
Seguramente esto explica que nunca obtuviese el plácet para ser rodada durante esos años, pese a ser uno de los primeros guiones escritos por el director. Sin embargo, esta tesis constituye uno de los principales puntos de encuentro generacional de aquellos que sufrieron la cruda posguerra. La aversión compartida a la Guerra Civil y a sus trágicas consecuencias, que Berlanga solo muestra de modo figurado al final de la película, es una de las claves culturales sin las que difícilmente puede entenderse el éxito de la Transición a la democracia: si uno no está dispuesto a llegar hasta el final, la transacción es la única alternativa. No es casualidad que la película se realizara finalmente en 1985, casi como rúbrica y remate cinematográfico al llamado espíritu de la Transición, que apostaba por el consenso —y también por cierta desmemoria— como única vía para superar el arraigado conflicto ideológico entre las dos Españas, todavía demasiado presente en aquellos momentos. La película, y el propio Berlanga, también fueron crititicados por eso: por una equidistancia ideológica que, en cambio, los defensores del cineasta consideraban una muestra más de la independencia política de la que siempre había hecho gala el director valenciano.
La idea de que con la Guerra Civil todo el mundo salió perdiendo era demasiado subversiva para ser aceptada por la censura franquista
La vaquilla no es un alegato pacifista al estilo de Senderos de gloria. Pese a ello, la posibilidad del entendimiento y la reconciliación es uno de sus temas principales. Berlanga sugiere vías para el encuentro basadas en el instinto de supervivencia o la radical igualdad de las necesidades humanas más básicas, no en motivaciones ideológicas o grandes gestos de las élites políticas. Hay varias escenas que ilustran esta idea, como los chanchullos en el frente para que ambos bandos puedan fumar, la alegría del baile y la fiesta, o la inefable visita a un burdel. De todas ellas, la más paradigmática es la escena del baño donde Alfredo Landa suelta «aquí, en pelotas, ni enemigo ni nada y encima nos invitan a desayunar». Este igualitarismo de la subsistencia conecta profundamente con elementos clave de la cultura política española que también han sido fielmente reflejados por la literatura, empezando por El Lazarillo de Tormes. Por contraposición, la película no pretende señalar ni buenos ni malos, lo que sin duda puede contrastar con otras visiones de la Guerra Civil filmadas posteriormente, como La lengua de las mariposas o la reciente Mientras dure la guerra.
La película es una comedia enraizada en la tradición del esperpento valleinclanesco
La película es, además, una comedia fuertemente enraizada en la tradición del esperpento valleinclanesco. Es curioso que el director eligiese el humor para representar un tema históricamente tan controvertido. Al hacerlo conectó con una larga tradición de autores que han tendido a preferir este género para representar sucesos traumáticos. La comedia se basa en las desventuras de un grupo de antihéroes republicanos que, hacia el final de la guerra, se disfrazan de soldados nacionales para tratar de capturar una vaquilla con la que alimentar a la tropa. El periplo de estos soldados deriva en toda una serie de desencuentros grotescos, a veces incluso escatológicos, que muestran los claroscuros de los principales pilares de lo que después será la España de la dictadura. Con la selección de esta trama, Berlanga también mostró un notable escepticismo con el proyecto republicano, al que presentó en su momento más crítico (obviando, por ejemplo, los momentos iniciales de la guerra) e incapaz de articular una alternativa a la otra España.
Finalmente, a través de sus personajes la película permite adentrarse en la sociología de un mundo que, cuando Berlanga filma su película, ya está en vías de extinción. Se trata de esa España rural que hasta mediados del siglo XX se había mantenido relativamente al margen del proceso de modernización. Una España dominada por instituciones tradicionales como la Iglesia, el ejército, los aristócratas, los caciques… que el franquismo quería preservar por los siglos de los siglos y que, ironías del destino, tuvo que sacrificar a partir de los años 50 para mantenerse en el poder. En este sentido, La vaquilla es una interesante representación de pautas culturales que se resisten a desaparecer, como el espíritu de subsistencia que caracteriza a buena parte de los personajes. O la importancia del control ideológico y moral de la Iglesia católica con el beneplácito del resto de instituciones civiles. Per también, y al mismo tiempo, la irreverencia como forma de escape a este control. Alfredo Landa lo resume muy bien hacia el final de la película cuando exclama: «hemos corrido un encierro, nos hemos tragao una misa, hemos quemao una Virgen, hemos cargado con un marqués, usted ha afeitao a un fascista, a mi me han pegado una cornada, este se ha cagao, a este le han vestido de sacristán y a este le han puesto los cuernos. ¡Y todo por la jodida vaca!… ¡que le den mucho por el saco a la vaca!».
Òscar Barberà | Universitat de València