Berlanga vuelve a situar sus cámaras en otro pequeño pueblo olvidado de la península y anclado en el pasado, Fontecilla, y a observar con detenimiento a un grupo seleccionado de figuras idiosincráticas y sus movimientos. «Los jueves, milagro» se estructura en dos bloques bien diferenciados. El primero, dominado por la hilarante representación de las fuerzas vivas, funciona magníficamente al forzar los mecanismos humorísticos y de observación presentados antes para concretar una radiografía moral bien certera. El segundo, guiado sobre todo por el visitante, pierde fuelle malicioso hasta puntualizar el cuento de esperanza. No en balde, estamos ante el que probablemente sea el film más manipulado y maltratado por la censura de toda la producción del realizador.